El café que yo sería







Siempre que voy a pedirme un café, me encuentro parado al frente de la lista de precios repasándola de arriba abajo y viceversa, indeciso, emocionado, apurado por elegir al fin una opción.

Es una situación realmente incómoda si tienes público detrás tuyo que ya tiene la vida decidida. Por lo que existen veces que me pido lo mismo, o que me atrevo por algo nuevo. Lo segundo depende de la atención del personal de la tienda, si es amable y con una sonrisa al momento de recibirte me animo a pedirle una sugerencia; sin embargo, si me encuentro con una persona parca y sin mucha disposición a esperar la elección acertada para mí, entonces me siento incómodo y termino pidiendo lo mismo.

Lo mismo para mí es un Capuchino. Ésto para mí significa seguridad porque sé que no habrá pierde. Y además lo disfrutaré. Pienso que si en algún momento uno de estos restaurantes le pusiera mi nombre a alguna oferta sería esa que incluya un capuchino. Ya sabes, eso: nunca hay pierde. 

Lo clásico nunca pierde vigencia y sabes que si no sientes una opción definida, podrás respaldarte en ello. Normalmente acompaño al capuchino con algo de comer que es fácil de digerir y que no me distraiga más que la conversación o compañía que tendré en la mesa. Si sé que lo disfrutaré solo, entonces el pedido cambia: me atrevo por cosas más arriesgadas. Casi siempre.

Uno de mis espacios favoritos para disfrutar de un momento para mí es el Café Costa, ubicado en la avenida Diagonal, Barcelona. Es un lugar tranquilo, en toda la extensión de la palabra y las proporciones de sus presentaciones son geniales tanto como la atención del personal.

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